Ana Karenina II: Capítulo XI
Ana KareninaSegunda parte: Capítulo XI
de León Tolstoi
Aquello que constituía el deseo único de la vida de Vronsky desde un año a aquella parte, su ilusión dorada, su felicidad, su anhelo considerado imposible y peligroso –y por ello más atrayente–, aquel deseo, acababa de ser satisfecho.
Vronsky, pálido, con la mandíbula inferior temblorosa, permanecía de pie ante Ana y le rogaba que se calmase, sin que él mismo pudiera decir cómo ni por qué medio,
–¡Ana, Ana, por Dios! –decía con voz trémula.
Pero cuanto más alzaba él la voz, más reclinaba ella la cabeza, antes tan orgullosa y alegre y ahora avergonzada, y resbalaba del diván donde estaba sentada, deslizándose hasta el suelo, a los pies de Vronsky, y habría caído en la alfombra si él no la hubiese sostenido.
–¡Perdóname, perdóname! –decía Ana, sollozando, y oprimiendo la mano de él contra su pecho.
Sentíase tan culpable y criminal que no le quedaba ya más que humillarse ante él y...
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