Apéndice 3. La pobreza negra en la opulenta sociedad blanca norteamericana

Los pintorescos oficios negros

¿Quién no conoce los pintorescos oficios negros por las películas? Todo el mundo sabe que los negros están excepcionalmente bien dotados y cargados de resignación y paciencia para realizar los trabajos domésticos más ingratos. Efectivamente, más de un tercio de las mujeres negras siguen siendo las «chachas» de los señoritos blancos, y no porque sean dulces y resignadas, como podemos apreciar en las películas y en la literatura ternurista, sino porque sus salarios son mucho más bajos que los de las blancas. Por otra parte, los negros son ideales, a juicio de los racistas blancos, para los oficios de barrenderos, limpiabotas, lavaplatos y toda una gama de servicios degradados que los blancos consideran demasiado sucios o denigrantes para sí. Naturalmente, existe una multitud de oficios delictivos en que los negros encuentran un ancho campo de operaciones. También en este aspecto las películas nos ofrecen una rica gama de sus actividades entre los corredores de apuestas, los vendedores de marihuana y drogas, y los abastecedores de carnaza de los cabaretuchos. «Pero quizá la última degradación que el negro debe encarar —escribe Harrington— es la imagen que el hombre blanco tiene de él. La Norteamérica blanca mantiene al negro abajo. Lo empuja hacia los barrios bajos; lo mantiene en los empleos más sucios y peor pagados. Una vez que le ha impuesto esta indignidad, el blanco teoriza acerca de ella. No la ve como la obra trágica de sus manos ni como un producto social. Más bien, el ghetto radical refleja el carácter ”natural” del negro, que es perezoso, incapaz, irresponsable, etc., etc. De esta manera, el prejuicio se convierte en autojustificación. Crea condiciones miserables y las cita luego como exposición razonada para justificar la inacción y la complacencia.»

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