Apéndice 4. Hacia la conquista del espacio
Hace cinco mil años el año ya tenía trescientos sesenta y cinco días Hace cosa de cinco mil años en Babilonia se dieron los primeros pasos hacia una explicación científica del Universo. Para ellos, la astronomía estaba ligada a la astrología y la magia, pero no fueron impedimentos para que tres mil años antes de nuestra era conocieran el movimiento de Venus, el lucero del alba, y mil años más tarde trazaran la ruta de los planetas del Zodíaco. Arqueólogos e investigadores contemporáneos han encontrado tablas que indican la trayectoria de Venus entre los años 1921 y 1901 antes de nuestra era, y trozos de greda en que se encuentra grabado el calendario babilonio con su año dividido en doce meses de treinta días cada uno. Los egipcios agregaron al año solar un período de festejos de cinco jornadas, llegando así al total correcto de trescientos sesenta y cinco días. Sabían calcular de antemano la posición del Sol y de la Luna, conocían los relojes solares, y trece siglos antes de Cristo ya habían identificado a 43 constelaciones y los cinco planetas visibles sin ayuda de telescopios: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Sin embargo, ni babilonios ni egipcios comprendieron la verdadera naturaleza de la Tierra y de los cuerpos celestes. Milenarios papiros egipcios relatan que el Universo se componía, en sus orígenes, de una gran masa de agua, en la cual germinó el Sol y una tierra plana que flotaba sobre las olas. También Tales de Mileto (640-547, aproximadamente), que vivió en Grecia, y cuyos conocimientos astronómicos le permitieron predecir con exactitud un eclipse solar, creía que la Tierra tenía forma de disco, flotaba en el océano y estaba cubierta por una cúpula —el cielo— que contenía las estrellas. Durante los siglos siguientes los geniales astrónomos griegos se fueron aproximando a la verdad. Pitágoras, nacido en el 572 antes de Cristo, adivinó que la Tierra tenía forma de esfera y sugirió que el Universo entero era esférico, idea compartida por muchos atrónomos contemporáneos. Heráclito de Efeso (576-480 antes de Cristo), a su vez, intuyó un universo en constantes cambios, y Anaxágoras (500-428, aproximadamente, antes de Cristo), descubrió que la Luna no tiene luz propia, sino que refleja la del Sol. Heráclides de Ponto, en el siglo IV antes de Cristo, afirmó que la Tierra gira en torno de su eje y que Mercurio y Venus describen órbitas en torno del Sol; pero sólo Aristarco de Samos, muerto en el 230 antes de nuestra era, osó sostener que también la Tierra se movía en derredor del astro rey. Su teoría, demasiado revolucionaria, fue ridiculizada por sus contemporáneos. Pasarían más de dos mil años antes de que fuese prudentemente aceptada. Y pasaron cinco mil años para que la primera mujer ingresara en este mundo cósmico.
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