Árbol de pólvora/ Campeona
Cuando el Presidente del Club de Natación y los Síndicos de París —chisteras, abultados abdómenes, bandas tricolores sobre el pecho— vieron acercarse a la triunfadora, prorrumpieron en aplausos y entusiastas exclamaciones: —¡Si parece un delfín! —Querrá usted decir una sirena. —No, una náyade. —¡Una oceánida, una “oceánida ojiverde”, como dijo el poeta! La triunfadora, francesita comestible que hablaba con dejo italiano para más silbar las sibilantes y mejor suspenderse en un pie sobre las dobles consonantes, comenzó a coquetear: —Non, mais vous m’accablez! Mon Dieu, que je suis confuse! Et une naiade, encore! C’est pas de ma faute, vous savez? Si j’avais sû…! Y todo aquello de: —Toque usted; sí, señor. No hay nada postizo. Eso también me lo dio mi madre con lo demás que traje al mundo, etcétera. —Vamos a ver, señorita —interrumpió, profesional, el señor Presidente, poniendo fin a esos desvaríos con una tosecilla muy al...
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