Bendición de la tierra - Capítulo 2
Un día Inger volvió a llenar de provisiones de boca su saco de piel de ternera, diciendo: —Voy a hacer otra visita a mi gente. Una visita corta. —¡Ah! –dijo Isak. —Sí; he de tratar algún asunto con ellos. Isak se demoró un poco, y al pasar luego el umbral, detrás de ella, no demostró gran curiosidad, pero cuando Inger iba a desaparecer a la entrada del bosque, sintió no sé qué temores y le gritó: —¿Verdad que volverás? —¿Y por qué no he de volver? –replicó ella–. Creo que estás bromeando. —Bueno. Bien. Estaba de nuevo solo. ¡Ay, sí, Dios eterno! Con su vigor y su afición al trabajo esta soledad le sobrecogía, mientras entraba y salía de la casa. Empezó a desnudar de ramas los troncos, los cuales alisaba por los lados. Fue su ocupación hasta la noche; luego se puso a ordeñar las cabras, y después de esto se acostó. Soledad y silencio. Era un silencio sordo, que subía del suelo de barro, de las paredes de turba. Pero la rueca y las...
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