Consagración y muerte de James Dean

Un rostro para una época

Con Pier Angel en el reestreno de Lo que el viento se llevó.
Huérfano a los nueve años.

Coincidiendo con la génesis y el auge del rock and roll como eficaz arma juvenil de rechazo al mundo adulto, la década de los cincuenta encontró también en el cine un adecuado eco a los problemas generacionales surgidos entre los que fueron depauperados niños de la Depresión y sus flamantes, despreocupados y opulentos hijos de la era Eisenhower. El portavoz idóneo de esta rebeldía cinematográficafue James Dean, no sólo por el estrecho vínculo que siempre existió entre su extraña personalidad y los papeles que le tocaron en suerte, sino sobre todo porque, al morir trágicamente en su bólido de competición, en pleno auge de su carrera y en la flor de la vida, su imagen quedó automáticamente preservada del desgaste físico y del manierismo del paso de los años, dando pie al fabuloso mito del eterno adolescente, que armonizaba por vez primera el iluso inconformismo teenager con el bien enraizado culto norteamericano al éxito.

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