De la Vida Feliz - Capítulo XI
Cuando digo que «yo» no hago nada en aras del placer, estoy refiriéndome al hombre sabio ideal, al único que estás dispuesto a concederle el placer. Pero no llamo sabio al hombre dominado por algo, mucho menos por el placer. Porque, si está secuestrado por esto, ¿cómo soportará las penurias, el peligro, las carencias y todos los males que amenazan la vida del hombre? ¿Cómo soportará la vista de la muerte, cómo la angustia, cómo los colapsos del universo y todos los feroces enemigos que lo enfrentan, si ha sido vencido por un adversario tan débil? Me dices: «Hará lo que el placer le aconseje.» Pero, vamos; ¿no ves cuántas cosas estará en condiciones de aconsejar? «No podrá aconsejar nada ruin – me dices – porque está atado a la virtud.» Una vez más: ¿no ves qué clase de cosa tiene que ser ese supremo bien si necesita un guardián para convertirse en un bien? ¿Y cómo ha de guiar la virtud al placer si aquella sigue a éste, siendo que el papel del que...
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