De Rodin a Henry Moore. La escultura busca su forma

La crisis de identidad de la escultura contemporánea

Afectada como el resto de las artes por el cambio revolucionario que aporta la vanguardia histórica a comienzos del siglo XX, se puede afirmar, no obstante, que la crisis de la escultura fue más honda y desconcertante. Es cierto que ninguna forma de expresión artística tradicional dejó de sufrir la misma revisión radical de sus principios entre el último tercio del XIX y el primero del XX, pero también que la escultura, a diferencia de las demás, arrastraba el problema de falta de identidad desde mucho más atrás. En su critica al Salón de 1846, Baudelaire, por ejemplo, escribe un elocuente capítulo titulado «Por qué la escultura es aburrida», en el que acusa a este arte milenario de ser «brutal y positivo como la naturaleza» y, por tanto, de arte poco evolucionado, tosco e incapaz de imponer sus propias leyes al espectador. Arte, por lo demás, de carácter meramente complementario y dependiente, según los casos, de la arquitectura o de la pintura, la escultura — continúa Baudelaire— ha perdido su justificación histórica en la época contemporánea y decae irremisiblemente en medio del falso dilema de fabricar pastiches inspirados en el pasado o de tratar de recobrar, insuflada con la arrogancia de lo monumental, su viejo papel divino, lo que la ha llevado fatalmente, cual ídolo de piedra, a «obligaros a pensar en cosas que no son de este mundo», justo lo que el gran poeta francés calificaba como antimoderno.

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