Doña Milagros: 13
Capítulo XII 13 Pág. 13 de 20 Doña Milagros Emilia Pardo Bazán Me había ordenado en el confesonario el Padre Incienso que procurase no estar nunca, nunca a solas con mi peligrosa amiga; y deseoso de obedecer al pie de la letra, no hallé medio de enterarla de lo referente a Clara y Argos y consultarla para que su incomparable talento me guiase y alumbrase; porque yo no sabía qué hacer, ni cómo echarle a Argos dobles llaves y triples cerrojos a fin de que dejase vivir a la gente. Pasado el alboroto de los primeros instantes, se me figuraba que hubiese podido acercarme a doña Milagros, oír su habla graciosa y disfrutar de su compañía, sin que se desmandase ningún instinto inferior, ni apareciese ninguna forma baja e indigna del acendrado afecto que me inspiraba aquella mujer seductora. Ni aun me explicaba cómo habían podido desencadenarse en mí los malos impulsos. Esperaba no reincidir; en lo sucesivo con agravios a la señora, al par que un cariño...
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