El Caso Watergate. La tentacion totalitaria

El cabo del ovillo

Sucedió dos meses después de la retirada de Muskie, cuando ya se sabía que los demócratas designarían a McGovern como su candidato, en la convención que se iba a celebrar a finales de julio en Miami; cuando la Convención Republicana no iba a ser más que un plebiscito, un homenaje al jefe (McCloskie, el adversario de Nixon dentro de su partido, sólo obtuvo un voto, que indudablemente fue el suyo propio); cuando Nixon ya tenía asegurada su victoria («Tuve la presidencia en la mano en el mismo momento en que los demócratas eligieron a McGovern», diría más tarde), fue entonces cuando emergió el cabo de un gran ovillo que desde entonces se conoce como Watergate, y que en los dos años siguientes iba a inquietar, a intrigar, a estremecer a Norteamérica, haciendo participar al pueblo y a las instituciones en un apasionante ejercicio de fuerza: la Casa Blanca, agazapada en lo más profundo del ovillo, intentando con todos los medios a su alcance que el hilo dejase de salir; el Congreso, los tribunales, la prensa y el pueblo, que querían saber toda la verdad, tirando del cabo —pequeño al principio, más grande y enmarañado cada vez— que asomó por casualidad en junio de 1972. La tensión era inmensa a ambos lados del telón.

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