El Grande Oriente : 5
El Grande Oriente : 5
de Benito Pérez Galdós
El amigo de Vinuesa cayendo en el sillón, se oprimió con ambas manos la desnuda calva.
-Se me ha partido el alma... -exclamó sordamente-. Parece que me han arrancado la última raíz de la vida... ¡Yo me muero!... ¡Pobre hija mía!...
Solita corrió hacia él. Hija y padre se unieron en estrecho abrazo.
-Ya no hay remedio -dijo el segundo con amargura.
Los golpes se repetían con más fuerza. Salvador, agitado por violenta cólera y despecho, se golpeaba la frente con el puño. En algunos momentos se sentía impulsado a una resolución desesperada; pero tenía demasiado buen sentido para no refrenarse al punto.
-No hay remedio -dijo Gil de la Cuadra con acento solemne-. Hija mía, oye lo que voy a decirte. ¿Ves este hombre?...
Solita fijó en Monsalud sus ojos llenos de lágrimas.
-Salve usted a mi padre -gritó-. Discurra usted...
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