En la segunda mitad del siglo XIX, el rasgo político fundamental del contexto europeo fue la rápida unificación de Alemania y su inmediata conversión en primerísima potencia continental. El canciller Bismark, utilizando la poderosa Prusia como eje unificador, forjó en una sola generación la nación que, a partir de aquella coyuntura, condicionaría no sólo la vida económica, política y militar de Europa, sino el desarrollo de las relaciones internacionales.
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