COMO, más o menos, innumerables españoles —escribe Ortega y Gasset— he vivido a Goya. En verdad, son también muchos los demás europeos a quienes ha acontecido lo mismo. Goya es un hecho de primer orden, perteneciente al destino de Occidente. Vivir a Goya es haberse encontrado con él, porque su encuentro es siempre eficaz, penetrante, inquietador. No es verosímil que nadie, después de haber contemplado una buena porción de su obra al menos, se sienta ante ella indiferente. En cambio, es muy posible que a algunos Goya les irrite. Pero esta irritación no es cualquiera. Posee peculiar cariz. Va disparada contra el artista, pero da un culatazo sobre quien la siente, dejándole preocupado respecto a sí mismo...» Esto es lo peculiar de Goya. Por eso resulta más fácil vivirle en su rico mundo de formas y colores, y hasta de tinieblas, que comprenderle en su vida tan enmarañada de leyendas y elementos contradictorios. Pero su obra es el reflejo de su vida, una vida zarandeada en la que se proyecta la tragedia de España.
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