II. Una pesada y amarga herencia

POCO antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, se cuenta, preguntaron a un negro norteamericano: —¿De qué manera castigaría usted a Hitler? Y el negro, sin pensarlo mucho, respondió: —Lo pintaría de negro y lo traería aquí. Corrían los años 40. Setenta y cinco años después de la muerte de Abraham Lincoln. Pero, a juzgar por las palabras de aquel negro de Chicago, se había avanzado desde entonces bien poco. Y así era en efecto. Los hombres que, como Martin Luther King, iniciaban su vida pública allá por el año 1955, tenían sobre sus espaldas una pesada y amarga herencia que cargar. Muchos años de miedo; muchos —demasiados— años de silencio. El negro había llegado, al cabo del tiempo, a asumir su impotencia como una fatalidad, su inferioridad como un destino. Un famoso escritor negro, Ralph Ellison, definió la negritud en un libro célebre y espléndido con un adjetivo perfecto: «el hombre invisible». Invisible para sí mismo como persona. Invisible...

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