TODA la vida de Isadora Duncan fue un verdadero torbellino, una especie de huida continuada en busca de la belleza perfecta, del arte consumado. Desde muy pequeña, la futura danzarina sintió ese impulso apasionado e intenso hacia la luz perfecta de lo bello. Lo que asombra es que el fenómeno de Isadora, su vida, repleta de locuras artísticas, fue posible gracias al ambiente familiar y al carácter que poseían todos los Duncan sin excepción. Es increíble contemplar cómo el clan familiar dedica sus energías, en una época de carestía total, a apoyar con todas sus fuerzas la incipiente y nada segura «carrera» artística de Isadora. El viaje a Grecia, y por eso lo hemos colocado al comienzo de esta biografía, es una buena muestra de la feliz «locura» de toda la familia, especialmente de la madre, que acudía allí donde la llamaran sus hijos para realizar una aventura más, con toda seriedad.
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