HAN pasado cuarenta y ocho años desde que, un 22 de noviembre de 1963, el mundo se sintió conmovido y tremendamente impresionado ante la noticia y las imágenes del asesinato del trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy. La reacción mundial, una vez pasados los primeros momentos de estupor, se fue decantando hacia el análisis de los antecedentes, las motivaciones inmediatas y las consecuencias del magnicidio de Dallas. Cada vez que en el mes de noviembre se recuerda aquel suceso, se vuelve a plantear la misma pregunta: ¿quién y por qué perpetró ese misterioso magnicidio? Así durante más de cuarenta años. Ni el Informe Warren ni los diferentes intentos —más o menos sensacionalistas y partidistas— que, de cuando en cuando, han puesto de actualidad el asesinato han dado una respuesta enteramente satisfactoria a esa pregunta. Por supuesto que una respuesta exacta a la tantas veces formulada pregunta nos ayudaría a encontrar la clave de...