La Comunidad Económica Europea

Europa nace de nuevo

El rapto de Europa, hija del rey de Tiro, realizado por Zeus disfrazado de toro blanco, había vuelto a consumarse, esta vez por obra y gracia de las disensiones interiores. Y si se puede afirmar que la discordancia es la sangre de la democracia, la disensión es su cáncer; mientras los discordantes buscan soluciones para problemas que son comunes a todos, los disidentes buscan el poder para ellos mismos. En esa década de los cincuenta, Europa necesitaba mucho más para no perder el tren de la historia: la concordia. Y ese tren de la historia cabe perderlo, en el decir de Luis Díaz del Corral, por unos minutos, como los trenes de verdad, y un cambio de agujas puede producirse de la mano de un político cuya genialidad linde con la demencia. En nuestro caso, en la génesis y configuración de una Europa nueva, empeñada en la construcción de su unidad, fueron varios los genios que trabajaron de sol a sol: Jean Monnet, Robert Schuman, Konrad Adenauer, Paul-Henri Spaak, Sicco Mansholt e, incluso, Charles de Gaulle. No todos se esforzaron de la misma forma ni alimentaron horizontes comunes, pero sí colaboraron de modo decisivo en poner en marcha el proyecto de una Europa unida o en allanar los obstáculos que se iban presentando. Incluso Winston Churchill había declarado en 1946, en Zurich: «Deberemos construir los Estados Unidos de Europa», aunque dejando bien claro que en ese ambicioso proyecto el Reino Unido se comportaría como un buen vecino.

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