La independencia del Congo

Historia de una colonización

El Congo tiene todo el aroma de las viejas leyendas europeas. Una mezcla de Samarkanda y El Dorado, que hicieron las delicias de la expansión colonial del siglo XIX. En esta ocasión, El Dorado existía; pero sus precedentes están teñidos de sangre y de explotación. En el año 1482, un navegante portugués, Diego Cao, llegaba a la desembocadura del gran río Congo; pero no arribaba a un país de nadie; estaba ante uno de los reinos africanos más importantes en su pasado y en su realidad: el Congo. Son años, los subsiguientes al descubrimiento, de una extraña relación, esquizoide en cierto modo, entre el sentido religioso, misional, de los navegantes y conquistadores portugueses, y los soberanos y el pueblo del Congo, que hacen gala de una tremenda ingenuidad ante el hombre blanco:’ bautizos masivos, conversiones espectaculares, consagraciones episcopales de príncipes africanos. Este contacto inicial, intento frustrado de simbiosis, no durará largo tiempo; aunque siglos más tarde quizá pudiesen encontrarse ecos de esta experiencia en los intentos asimilacionistas del doctor Salazar en el África portuguesa. El reino del Congo, sin embargo, como otros tantos pueblos africanos, será víctima inmediata de la trata y de la esclavitud. El África negra será utilizada por el primer colonialismo europeo como abastecedora de mano de obra barata para los cultivos intensivos y los trabajos de extracción minera en el otro gran continente recién descubierto, América. Para el Congo, el tráfico negrero, una de las mayores infamias que pesan sobre la historia de Europa, supuso una sangría continua de sus gentes que no concluyó hasta muy avanzado el siglo XIX.

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