El gran país asiático, el Imperio del Centro, había sido durante largos siglos, y al margen de viajes legendarios como los del veneciano Marco Polo, territorio vedado para los europeos. Sólo el impulso evangelizador de algunas misiones cristianas consiguió llegar al Imperio, pero con unas consecuencias insospechadas; funda-mentalmente, el caso de los jesuitas que llegaron a China, tras las huellas de Francisco Javier, mediado el siglo XVI (1552); aventura que concluyó dramáticamente, en 1773, con la disolución de la Compariía de Jesús, principalmente por la llamada «querella de los ritos», tan concienzudamente estudiada por el sinólogo francés Etiemble. Este es, quizás, uno de los casos que más gráficamente ilustran el enfrentamiento y choque entre culturas distintas, antagónicas. Fi-nalmente, los jesuitas adaptaron al catolicismo los ritos y la liturgia de religiones asiáticas; y sobre ellos cayó el peso de la disolución y condena dictada por el papa Clemente XIV en el breve Dominus ac Redemptor, fechado el 21 de julio de 1773; disolución que se justifica, entre otros motivos, por «la práctica de ciertos ritos paganos». El breve pontificio destruía una labor de siglos en la que, gracias al sincretismo resultante del enfrentamiento cultural, un número de sacerdotes católicos, jesuitas, llegaron a constituir una pléyade, un grupo de presión diríamos en lenguaje actual, en el mismo corazón de la corte imperial (matemáticos, astrónomos, físicos, diplomáticos) e incluso se habían visto promovidos al elevado rango de mandarines.
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