Lo que el viento se llevo

Un hallazgo bajo el fulgor de las llamas

Mientras el crepitar del fuego proseguía incesante, David Selznick, el productor del filme, contemplaba sentado el espectáculo como un carnoso Nerón. Aquel espectáculo de capital ardiendo que enrojecía los cielos de Culver City. Y mientras todo esto sucedía, una actriz inglesa, apenas conocida en América, se dirigía al encuentro del papel de su vida. Su nombre era Vivien Leigh, y el nombre de la heroína que la lanzaría al estrellate, Escarlato O’Hara. Porque lo cierto es que, después de tres años de preparación de la película, de pruebas y más pruebas a las más prestigiosas actrices, el papel de Escarlata aún no había sido concedido. Sería precisamente en el apogeo de aquella primera escena cuando se decidiría por fin tan importante asunto. En efecto, Vivien Leigh, acompañada de Lawrence Olivier y Myron Selznick, agente de este último y hermano del productor de la película, se encontró frente a Selznick aquel día gracias a una muy inteligente estratagema. Cuando las tres personas mencionadas llegaron a la plataforma en la que Selznick se encontraba contemplando el holocausto, el rojizo resplandor de las llamas se reflejó en la piel de Vivien Leigh, su pelo flotando al viento, sus ojos como ópalos de fuego enmarcados por su sombrerito negro. Al contemplarla, Myron Selznick comprendió que jamás en toda su vida como agente su instinto le había gritado tan fuerte: ésta es la chica adecuada en el lugar adecuado y el momento justo. Así que cogió a su hermano David por la manga y forzándole a darse la vuelta, le dijo: «David, quiero que conozcas a tu Escarlata O’Hara».

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