Los Apostólicos : 24
Los Apostólicos : 24
de Benito Pérez Galdós
«¡Barástolis, mayoral, que ya estamos en casa; pare usted, pare usted!». Esto decía D. Benigno, y al punto el desclavijado vehículo se detuvo en lo más fragoso de un caminejo lleno de guijarros y junto a una tapia carcomida. Bajaron todos molidos y aporreados, y D. Benigno enderezó la caminata hacia la casa, que distaba como dos tiros de fusil del lugar donde había parado el coche. Cada uno de los chicos iba abrazado con su hucha, y entre todos conducían mal que bien los cinco perros de Crucita. Esta no había querido confiar a nadie sus dos gatos, y por el camino no había cesado de echar maldiciones contra el mayoral, el camino y el coche, que era una verdadera fábrica de chichones.
El panorama de la finca se presentó de un golpe a la contemplación de los viajeros. D. Benigno no cabía en sí de gozo, y a cada paso decía a Sola:
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