Luiz Inácio Lula da Silva

15/05/2009 2.283 Palabras

Perfil Cuando Luiz Inácio Lula da Silva era un desaliñado barbudo que pregonaba socialismo perdió tres elecciones seguidas. Ahora, enfundado en los elegantes trajes de estadista que estrenó en el 2002, apuesta a ser reelegido Presidente de Brasil. Ni siquiera han hecho mella en su nueva y pulcra imagen los escándalos de corrupción que derrumbaron como piezas de dominó a la cúpula del Partido de los Trabajadores (PT) y a los ex ministros José Dirceu y Antonio Palocci, dos de sus más fieles escuderos. Sabedor como es ahora de la importancia de la imagen, Lula acaba de perder ocho kilos y con ello la apariencia regordeta que tenía hace unos meses. Su sastre, Ricardo Almeida, dijo que le tuvo que ajustar todos sus trajes, pues perdió seis centímetros de cintura. Según Lula, aficionado a las metáforas deportivas, la política es justamente un juego de cintura, algo que ha tenido que llevar a la práctica para evitar que sus barbas ardieran en el infierno de corrupción en que se quemó parte del PT el año pasado. La oposición llegó a contar los días que podían faltar para su destitución y calculó mal, porque no apareció un solo indicio que llevase los escándalos hasta Lula. Lo acusaron entonces de omisión ante la corrupción, pero ni así restaron un ápice a su popularidad, que los últimos sondeos sitúan en torno al 50 por ciento. En un país que, según sus propios políticos, tiene una memoria corta, la catarata de denuncias del año pasado parece hoy tan distante como los tiempos en que Lula vivía en el árido interior del estado de Pernambuco (noreste), donde nació en 1945. Qué día, ni él mismo lo sabe. Fue registrado el 6 de octubre, pero su madre, fallecida en 1980, decía que fue el 27 de ese mismo mes. Su padre, Arístides da Silva, era un campesino analfabeto que tuvo 22 hijos con dos mujeres: Lindú, la madre de Lula, y Valdomira, prima de la anterior. Con Valdomira, entonces de 16 años, Arístides huyó a Sao Paulo cuando faltaba un mes para que Lula naciera. Atrás de ellos partió doña Lindu con la prole y se instaló en la ciudad de Santos, donde Lula conoció a su padre a los cinco años y el trabajo a los siete, cuando comenzó a vender tapioca, maní y naranjas en el muelle de un puerto. De su padre, que acabó alcoholizado y sepultado como indigente, tiene pocos recuerdos. Le debo al menos el espermatozoide que constituyó mi ser, dijo. Luego fue limpiabotas y mensajero. Gracias al esfuerzo de Lindú terminó la primaria en 1956 y en 1959 se convirtió en el primero de la familia con un título, el de tornero mecánico, que le valió un empleo en 1960. Seis años después entró al Sindicato de Metalúrgicos de Sao Bernardo, en cuya presidencia acabó encabezando el mayor movimiento obrero de la historia de Brasil y comenzó a forjarse el líder que muchos compararon con el polaco Lech Walesa. En esa época bebió en las fuentes del marxismo y conoció la cárcel, por su oposición al régimen militar que gobernaba el país. En 1980, en plena apertura política, congregó a un centenar de obreros e intelectuales y fundó el PT, que nació bajo el signo del trotskismo y hoy se inclina más al centro que a la izquierda. Fue candidato presidencial del PT en 1990, 1994, 1998 y 2002, año en que llegó al poder con 52 millones de votos y un lema de paz y amor muy diferente al radical discurso del obrero que, en mangas de camisa y con el puño en alto, luchaba por un Brasil "socialista". En sus primeros meses de gobierno llevó a las primeras planas de los diarios la cara más africana de Brasil. Hizo una gira por las regiones más pobres con todo su gabinete, para que sus ministros de buena cuna sintieran el olor de la pobreza. En lo económico, no dudó en apostar por la ortodoxia. Los grupos más radicales del PT le acusaron de entregarse al neoliberalismo y no le tembló el pulso para poner orden en el partido. Los críticos fueron sumariamente expulsados del PT y Lula pareció no tener oposición durante sus primeros dos años de gobierno, en los que su discurso social resonó más que los logros reales. Apareció entonces el enemigo más inesperado: uno de los mayores escándalos de corrupción que se recuerden en Brasil, centrado en el PT y en muchos de los más fieles compañeros de su vida política. Pero surgió entonces el Lula más pragmático. Se dijo traicionado, desmarcó al gobierno del PT para dar ingreso al centro y la derecha y recordó que jamás fue de izquierdas, sino un mero sindicalista. Ahora, con su pragmatismo, su extraordinaria sintonía con las masas y algún tinte populista, se presenta otra vez al electorado con todas las de ganar y un nuevo lema: Lula, con la fuerza del pueblo.

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