Montes de Oca : 21

Montes de Oca Capítulo XXI de Benito Pérez Galdós El amarguísimo llorar de Rafaela, inútilmente combatido por las palabras consoladoras del buen Ibero, vino a parar en una congoja o espasmo con imponente anarquía de nervios, gritos de dolor, convulsiones, tentativas de arrancarse mechones de su espléndida cabellera. El Coronel y los dueños de la casa se confundieron en el auxilio de la dolorida, prodigándole cuantos cuidados eran del caso; pero entre tantos médicos que aplicaban, ya remedios comunes, ya las exhortaciones cariñosas, sólo el tiempo obtuvo resultado feliz. Al rayar el día, desgastada la energía nerviosa de la pobre mujer, acostáronla, y pena y trastorno entraron en la natural sedación. «Ahora te duermes -le dijo Ibero al despedirse-, y mañana, más tranquilos tú y yo, te diré lo que pienso. No te asustes: ya no te haré preguntas. Nada quiero saber; me doy por vencido, y levanto resueltamente el sitio que te puse... Veremos si aplaco a Manuel, y...

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