No se puede desligar la figura de Santiago Ramón y Cajal de la de su progenitor. Don Justo, que así se llamaba, influyó de manera decisiva en la formación de su hijo, no dudando en castigar severamente sus numerosas travesuras. Cajal recuerda en sus memorias la tenacidad del padre, tanto en su vida profesional como en la educación de la prole: para castigar sus malas notas no dudó en colocarle en una barbería o como aprendiz de zapatero, y, para alejarle de su afición al dibujo, ideó los más sorprendentes ardides. Distinto fue cuando comprendió que al nino le gustaba la medicina; entonces le inculcó la necesidad de estudiar el cuerpo humano directamente —cosa que ambos realizaron sobre cadáveres—. Con el beneplácito del padre, pudo entonces Santiago dibujar aquellas anatomías y plasmar todo lo que despertaba su inagotable curiosidad.
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