La muerte de Stalin conmocionó a un mundo acostumbrado durante treinta años a ver al frente de la Unión Soviética al misterioso e impenetrable político georgiano. Para muchos fue el verdugo de Hitler y el impulsor del desarrollo económico del primer estado obrero del mundo. Y ellos le lloraron como a un héroe. Para los que su figura fue en cambio el símbolo del totalitarismo de las purgas y de los campos de concentracón supuso una inyección de esperanza. Las cosas empezaron a cambiar muy pronto. Su sucesor, Jruschov, inicó el camino de la coexitencia internacional y del deshielo en el interior del país su informe sobre los crímenes de Stalin durante las sesiones del XX congreso resquebrajó el mundo comunista y abrió el camino a fenómenos como el manosmo y el eurocomunismo. Pero no todo cambió como demostraría el triunfo de la burocracia sobre los tímidos intentos de apertura de Jruschov. Manuel Azcá, responsable durante muchos años de la política internacional del PCE y ensayista de reconocido prestigio, analiza estos trascendentales acontecimientos, rastrendo sus causas y sopesando sus consecuencias.
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