Una invocación
¡Dientes del sur! Caverna de aire vivo.
Deja que ciña mis andanzas
—todavía—
con tus cifras azules.
Que la piedra marina y orgullosa
hechice blandas treguas en mi boca.
Déjame
tenerte palmo a palmo
tendida, sin resuello, sobre el tiempo.
El sur nace en los barcos,
a medio mar.
Allí quiebra los límites del día.
Danza (borracho) entre la sal. Jadea
libre de todo rumbo destrenzado.
(Nace en cubierta, como un pez enorme;
y luego se derrama
hasta colmar de fuego el horizonte.)
Por fin, violento náufrago,
alcanza la bahía torpemente...
Y los negros le gritan cosas duras.
(“Asesino”, lo llaman
y “cobarde”.)
Ya lo conocen. Temen su locura:
el sur viene del mar y huele
a latigazos de amapola.
Cautiva palpitante.
Baña
de luz mi garganta.
Yo sembraré las olas en el viento;
gritaré para siempre las albas erizadas.
Besa, rompe mis labios.
Que me hieran
los incendios fugaces de tu cuerpo vencido,
bocanadas azules, cercanía.
Abre la luz
del cielo, Guanabara.
Y...
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