Una revolución en nombre del pasado

Introducción

Diploma de Eduardo I y de Leonor de Castilla, 1289. París, Museo de la Historia de Francia en los Archivos Nacionales.

Tras la batalla de Hastings, Guillermo el Conquistador había organizado sólidamente el reino de Inglaterra. En ningún otro lugar tenía un monarca tanto poder. Además, la sociedad medieval no podía concebir siquiera una revuelta contra el rey. Sin embargo, a pesar del prestigio de su función, Juan Sin Tierra, con su vileza y su tosquedad, logró destruir, en diez años, una autoridad constituida en siglo y medio. Había traicionado a su padre y a su hermano, y pesaban sobre él graves sospechas por la muerte de su sobrino, Arturo de Bretaña, pues se aprovechaba del delito demasiado visiblemente. No faltan en la historia reyes odiosos, pero, al menos, lograron triunfar. En cambio, vencido por Inocencio III, derrotado en Bouvines por Felipe Augusto en 1214, Juan había fracasado en todo. Su padre había poseído la mitad de Francia, y él sólo conservaba la Gascuña y el puerto de Burdeos. En aquella larga serie de derrotas. Se reconocía la mano de Dios.

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