V. El escritor en la sombra

Las primeras colaboraciones

Como el joven Pío Baroja no tenía cosa mejor qué hacer, y como por otra parte no deseaba volver a ejercer su carrera, se dedicó a frecuentar las tertulias de los jóvenes literatos del tiempo, o, cuando menos, de quienes aspiraban a serlo en un futuro inmediato.

Su hermano Ricardo había empezado a dibujar con entusiasmo y con cierto éxito en las revistas minoritarias, aquellas que como es natural —razón de vida— clamaban contra Echegaray, contra Galdós y contra Clarín. Muchos de los animadores de las jóvenes promociones literarias habían frecuentado el piso en donde hasta hacía poco había estado montada la panadería. Ruiz Contreras, por ejemplo, conocedor de las aficiones de Pío, le había pedido colaboración para aquella Revista Nueva que en un principio había proyectado con todo cariño y que luego había empezado a publicarse al cincuenta por ciento de lo planeado.

Desde antes de ir a Cestona, e incluso a Valencia, Baroja había empezado a merodear tímidamente por algunas redacciones. Ya en sus días de estudiante de San Carlos había publicado unos cuantos artículos sobre Dostoievsky en La Unión Liberal, de San Sebastián, y posteriormente, y en ocasiones sin firmar, habían aparecido trabajos suyos en El Liberal, en un periódico minoritario de Valencia, en El Ideal y en La Justicia, publicación de la que era propietario don Nicolás Salmerón.

En la Revista Nueva de Ruiz Contreras no se decidió a colaborar en principio, ya que aquella publicación tenía todo el aspecto de ser portavoz de una especie de movimiento literario y artístico sostenido por un grupo de jóvenes escritores y pintores. El natural independiente de Baroja, que desde muy joven era la principal característica de su manera de ser, le impedía unirse a un carro en donde le parecía que iba a perder su bien atendida soledad, su libertad y su feroz individualismo.

Pero luego, quizá cuando admitió como posible su dedicación a las letras —ya está dicho que porque no tenía cosa mejor que hacer—, se avino a enviar originales que fueron apareciendo poco a poco en la inolvidable publicación de Ruiz Contreras.

De aquellos tiempos, a la hora del recuerdo, escribe Baroja:

«La vida burguesa no me producía el menor entusiasmo. Las diversiones, el teatro, los toros, no me gustaban nada… Había sido médico de pueblo, industrial, bolsista y aficionado a la literatura. Había conocido bastante gente. El ir a América no me seducía. Llegar a tener dinero a los cincuenta años no valía la pena para mí… Quería ensayar la literatura… Ya comprendía que ensayar la literatura daría poco resultado pecuniario, pero mientras tanto podría vivir pobremente, pero con ilusión… Y me decidí a ello.»

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