Washington McNeely

07/09/2010 827 Palabras

Rico y venerado por mis conciudadanos, padre de muchos hijos nacidos de madre noble, todos criados allá en la gran mansión en las afueras del pueblo. ¡Fíjense en el cedro detrás de la casa! A Ann Arbor mandé a todos mis hijos, a mis hijas las mandé a Rockford; mientras tanto mi vida seguía, acumulaba más riquezas y honores... y descansaba por las tardes, debajo de mi cedro. Pasaron los años. A las muchachas las envié a Europa; las doté cuando se casaron. A los muchachos di dinero para fundar sus negocios. Eran fuertes, mis hijos, prometían tanto como las manzanas antes de que en ellas aparezca la huella de las magulladuras. Pero John huyó, en desgracia, del país. Jenny se murió en un parto... y yo sentado debajo de mi cedro. Harry se mató después de un escándalo. Susan se divorció... y yo sentado debajo de mi cedro. Paul quedó inválido por estudiar en demasía. Mary nunca más salió de la casa, obsesionada por el amor de un hombre... y yo sentado debajo de mi...

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