X. La navegación en China. La invasión del Japón

El apogeo del tráfico marítimo

En la época que Marco Polo estuvo en Cantón, el tráfico marítimo estaba, efectivamente, en todo su apogeo. Ya desde la antigüedad los chinos habían sido buenos navegantes y recorrían grandes distancias a lo largo del litoral asiático hasta alcanzar las costas de Persia, aunque siempre con el peligro de encontrarse con los árabes, que eran los que controlaban esta ruta, después de haber arrebatado su dominio a los persas. En la época de la dominación mongol, sin embargo, eran los navegantes chinos los dueños de los caminos marítimos del sur de Asia. Este poderío contribuyó a la expansión del comercio, que, como dijimos, se encontraba en su momento más floreciente durante el reinado de Kublai. El tráfico ultramarino trajo consigo el creciente uso de artículos importados, una mayor riqueza, tanto para los ciudadanos privados como para el gobierno, y un contacto más amplio con otros pueblos, sobre todo los árabes y judíos de la India y de Persia; el puerto de Cantón era el principal receptor de mercancías procedentes del extranjero. Los mercaderes chinos traficaban con cobre, oro, plata, plomo, tejidos de todas clases y porcelana, que cambiaban en la India, Java, Ceilán, etc., por incienso, medicinas, cuernos de rinoceronte, marfil, cornalina, coral, ámbar, cristal de roca, perlas, hierro, conchas de tortuga y de moluscos, ébano y algodón, y llegaban a hacerse inmensamente ricos. Un traficante persa de Cantón dejó al morir varios millones en metálico. De todo ello sacaba el gobierno grandes beneficios, como dice Marco Polo.

Los mongoles no eran navegantes; eran jinetes de las estepas y no sabían nada de construcción naval, oficio que estaba por completo en manos de los chinos, y que llegó a su máximo desarrollo en época de los Sung; cuando conquistaron los reinos del sur, se encontraron pues con una industria naval de las más avanzadas de la época. Un siglo antes de la llegada de Marco Polo a China, decía un escritor chino: «Los barcos que navegan por los Mares del Sur y al sur de ellos son como casas. Cuando sus velas están desplegadas parecen grandes nubes en el cielo. Su timón tiene una longitud de varias decenas de pies. Un solo barco transporta cientos de hombres y puede almacenar a bordo todo el grano que se consume en un año». Los barcos de altura tenían velas de tela o esterilla y además estaban equipados por bancos de remos en número de ocho o diez; en cada banco se sentaban como mínimo cuatro remeros. Su capacidad era mayor que la de los barcos europeos, y eran mucho más cómodos. La descripción que hace Marco Polo es extraordinariamente precisa y detallada: «Construyen las naves de la siguiente manera: de madera de pino o alerce. Tienen un puente, y en este puente hay a menudo cuarenta entre cámaras y camarotes, en donde un mercader puede vivir cómodamente. Van provistas de un timón y de cuatro árboles y a veces le añaden dos palos de repuesto, que se quitan y ponen cuando se quiere. Están espléndidamente clavados con doble carena, es decir, dos tablas, una exterior y otra interior; están calafateadas en las junturas por fuera y por dentro, y clavadas con puntas de hierro.

»No están alquitranadas, porque no conocen la pez, pero las untan de tal modo con otra sustancia que ellos consideran mejor que el alquitrán. Toman estopa y cal y lo desmenuzan y lo mezclan con aceite de palmera, y con esta mezcolanza entre las tres materias queda una sustancia tan resistente y compacta como la pez. De esto untan las naves y es lo mismo que si las alquitranaran. Tienen doscientos hombres de dotación y son tan grandes que pueden llevar 5.000 espuertas de pimienta y algunas hasta 6.000 y van a remo, y en cada remo van cuatro marineros. Y la nave está dotada de tan grandes barcas que cada una de ellas puede llevar 1.000 espuertas de pimienta. Ya os dije que llevaban cuarenta hombres de equipaje; cada barca va armada y algunas veces remolcan a la gran nave. Siempre llevan encima y a los costados varios botes, pero los unos mayores que los otros, y otras pequeñas embarcaciones o almadías, con las cuales pescan para el servicio de mesa de la nave, y estos botes están amarrados a los lados de ella. Cuando quieren carenar la gran nave, es decir, limpiar la carena y que haya navegado un año, la ponen en seco de la siguiente manera: clavan en el costado de la eslora una tabla y al otro lado otra y con otras seis la apuntalan y luego la untan y calafatean». Además llevaban dos anclas de piedra sujetas a la proa de cada buque por medio de cuerdas, que se subían y bajaban con una polea. Para el sondeo utilizaban una plomada de profundidad terminada en una especie de garfio que les permitía extraer muestras del fondo. Desde las primeras épocas de la navegación, los marinos chinos se orientaban por la estrella polar, pero a fines del siglo XI se empezó a usar la aguja magnética o brújula. El procedimiento está descrito así: «El capitán determina la posición del navío, de noche mirando las estrellas, durante el día mirando al sol; cuando el tiempo está oscuro, mirando al sur señalado por la aguja».


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