XIV. Sin Tiempo Para Hacer Testamento

EN la soledad de sus últimos años, el Greco sintió que la muerte se aproximaba. La esperanza de una paz definitiva era la única ambición que anhelaba este hombre que se acercaba al final, desilusionado del mundo, desencantado de los hombres. Intuía que la única certidumbre dichosa estaba más allá de las mezquindades de los mortales. Su deseo de reunirse en la eternidad le hizo preocuparse por el destino final de sus huesos. Estos poco le importarían si no creyese que, por haber sido el templo de su espíritu, merecían un descanso digno. Por un momento, ensimismado en la nostalgia de sus años felices, pensó en Creta. Pero no podía. Sabía que estaba tan lejos, que tantas cosas habían cambiado en el mundo, tantos poderes habían caído y tantos otros sobre las ruinas de sus ilusiones que, dolorosamente, abandonó la idea. Ya que era imposible volver a la patria, por lo menos quería que sus restos descansaran en Toledo. Ningún sitio mejor que el convento de Santo Domingo...

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