DESDE 1948, Einstein sabía que se hallaba al final del camino y que la muerte podía sorprenderle en cualquier momento. La operación que le había practicado el último día de aquel año el profesor Rudolf Nissen en la aorta, endurecida y dilatada, así lo indicaba. La perforación podía presentarse inesperadamente. Pero esto no impidió que Einstein siguiera el ritmo de su vida con la misma lucidez y dedicación al trabajo con que lo había hecho siempre.
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